“A continuación, Mungroo llevaba los bastones a un viejo luchador que conocía, para que los elevase con el espíritu de un español muerto. De modo que el ritual terminaba en aventura, admiración y misterio. Porque los españoles, según sabía el señor Biswas, habían entregado la isla hacía cien años, y sus descendientes habían desaparecido; sin embargo, tras ellos quedó un recuerdo de arrojo y valentía, y ese recuerdo se transmitió a las gentes que llegaban de otros continentes y que no sabían qué era un español, gentes que, en sus chozas de barro, donde el tiempo y la distancia se borraban, seguían asustando a sus hijos con el nombre de Alejandro, de cuya magnitud no sabían nada”.
V. P. Naipaul, Una casa para el señor Biswas
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